Y es que dicen que después de la tormenta, siempre llega la
calma. Pero bien sabemos que en septiembre y en nuestros montes no es así.
Después de la tormenta, llega el olor a monte mojado, no a
tierra a monte… que son términos diferentes.
La tierra mojada alegra los sentidos, pero la jara mojada
despierta la vida y el lentisco recién empapado, se mete en lo más hondo de
nuestro corazón.
Así despierta septiembre, arranca la vida. El olor a monte
mojado, aviva los amores reñidos, esos que dicen son los más queridos. Así cae
la tarde en los chaparrales, donde los venados lucen blanca su cornamenta recién
“descorreá”.
Despierta la vida, en los rincones que han sobrevivido a los
calores infernales de este verano.
Salimos al monte, expectantes, escuchando las primeras
llamadas de amor en la espesura. Viendo a los machos jóvenes ardientes en deseo
romper a los llanos, en un vano intento por coger sus primeras hembras.
El amor está en el aire y los sentidos así se empeñan en hacérnoslo
ver.
Seriamos capaces de pasar horas apostados en cualquier lugar,
viendo caer la tarde, llegar la noche, para ver venir el día. Cumplir ese ciclo
de horas es un privilegio.
Escuchar esas embestidas, peleas por ser los dueños del
aren, somos pocos los que hemos notado como se eriza la piel cuando dos
cornamentas se enganchan en encelada batalla. Si su berrido encoge el corazón,
su chocar de cornamentas rompe el alma.
Estos días son un regalo, todo el que se llame cazador debería
disfrutarlo. Tener la suerte de ser testigo callado de estos sonetos de amor.
Llegan días de aproximaciones, días de pasos cortos buscando
la pieza de nuestros sueños…llegan días de silencios largos, esperando que
llegue a despertarnos…
Comenzamos...
Señor@s, septiembre, el mes del amor….esta aquí….
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